Claudia apareció en mi adolescencia como extraída de la ficción, una ficción intensa y pesimista que me devolvía un reflejo, como un espejo implacable, en mi propia realidad.
Pesimista, porque, pletórica de verdad señalaba a los misterios y a la resolución de los imposibles con su dedo singular.
Con Claudia tomábamos vacaciones frecuentemente: Nos internábamos en los recónditos enigmas de la selva del inconsciente colectivo.
Errábamos en navíos solitarios en el mar del simbolismo Jungiano.
Y la mayoría del tiempo enlazábamos nuestras mentes en paisajes pictóricos y cinematográficos.
Errábamos en navíos solitarios en el mar del simbolismo Jungiano.
Y la mayoría del tiempo enlazábamos nuestras mentes en paisajes pictóricos y cinematográficos.
Con ella, compartí la mayor cantidad de tiempo observando el significado de los sueños y la magnitud del cine.
Claudia era el gato de Miyazari, un ser hecho a la medida para viajar fuera de lo mundano.
Claudia era el gato de Miyazari, un ser hecho a la medida para viajar fuera de lo mundano.
Claudia era la exploradora que se dirigía en picada hacia la muerte para escudriñarla hasta sacarle un alarido para luego internarse en el silencio más profundo observando sus zapatillas rotas.
(Sacado de retratossingulares.blogspot.com, derrepente encuentras tu nombre)
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